Ten compasión cuando ya no sepas quién soy, cuando no me reconozcas. Cuando, al mirarme fijamente, no encuentres una mirada cómplice y ,ni tan siquiera, una mirada amiga.
Desde que somos pequeños nos han hablado de los errores, de la facilidad del ser humano para equivocarse. Y lo peor, para hacerlo varias veces. Y si me apuras, seguidas.
Pero claro, hay errores y errores ¿No?
Es decir, no es lo mismo fallar por inexperiencia, falta de información, despiste u orgullo que hacerlo a sabiendas completamente del daño que causarías.
Entonces no hablamos de errores, hablamos de intenciones. He aprendido que siempre nos vamos a equivocar y también lo van a hacer con nosotros y que ,a veces, no sabrás qué debes hacer. Perdonas y olvidas o te apartas. Porque el perdón, si va a ser para estar recordando constantemente el error, mejor que no sea.
Esa es la eterna duda y cuando la tengas, deberás descifrar la intención que escondía dicho error. Y sé que te duele, que no te gusta, que no es lo que esperabas. Que te maldices por no haberlo visto venir, o peor incluso, lo intuías pero confiabas en que no pasaría. Sé que le pedías a Dios, a la vida o al universo que no te tocara a ti.
Porque si eso pasaba, se desmoronarían tus creencias, tu fe, y tu verdad. Sabías que si eso terminaba pasando, te sentirías uno más y se caerían al suelo aquellos cimientos de emociones dónde construiste tu vida. Ya no serías especial.
Y de repente, la vida haciendo de las suyas.
Te encuentras ahí asumiendo la equivocación, sabiendo que no hay nada de lo que puedas escuchar que te vaya a cuadrar porque aquí la intuición tiene mucho que decir. Y entonces reconectas contigo, y te abrazas porque siempre tuviste razón, y te compadeces de ti mismo por haberte dejado a un lado para confiar en los demás.
Pero déjame decirte que tú no eres el error. Eres la X que termina siempre resolviendo la ecuación. No te definen las cosas que te pasan, las traiciones que vivas, ni los fallos de los demás. Tampoco te definen los tuyos propios.
Sigues siendo esos ojos que por mucha venda que les pongan, siempre terminan viendo. Eres quien tiene la oportunidad de perdonar. Y sí, a veces somos cristal y otras herida. Pero procura ser muchas más herida, te va a dar más paz perdonar y no tener que pedir tanto perdón.
Y es verdad, duele el alma. Pero perdona, tú siempre perdona. Porque perdonar te libera, desechas cargas y haces hueco en el corazón para que entre más bondad.
Perdonar es un acto de amor, para quien falla, pero especialmente para ti mismo. Porque te estás diciendo que eres lo suficientemente fuerte y valioso como para perdonar a otro ser humano que te ha roto, pero que no estás dispuesto a cargar toda la vida con su error. Ahí es nada.
Luego ya si quieres decides si eso tiene cabida en tu vida, pero perdona.
Suelta, deja ir.
Y un poco más complicado, agradece. Da las gracias por estar viviendo eso que ahora te duele. Si lo haces bien, te aseguro que de ahí sales floreciendo.
Deja que el mundo siga empeñándose en la ambigüedad del que solamente mira y vive cada día esforzándote para seguir viendo incluso cuando ya no existan razones.
Porque mirar solo es dirigir la vista, y ver es percibir a través de la luz.
Imagínate cuánta luz tienes dentro si consigues seguir viendo a pesar de todo. Si consigues reconocer esos ojos que a ti te miran, pero que nunca te han llegado a ver.
Raquel Ruiz Romero-Periodista