EDITORIAL
Cuando hace unos días, desde este diario nos planteamos publicar un reportaje de la consulta del Partido Socialista a su militancia sobre un posible acuerdo para conformar gobierno, quisimos acudir a alguna de las sedes de este partido en Andalucía.
Por tratarse de una de las agrupaciones con mayor volumen de afiliación (la segunda de Sevilla por detrás de Nervión – San Pablo) y por contar además con cargos relevantes, la elección fue la ubicada en el distrito centro de la capital andaluza. El histórico Alfonso Guerra, la eurodiputada Lina Gálvez, el actual secretario general del PSOE andaluz, Juan Espadas, o el líder de la oposición en el ayuntamiento de Sevilla, Antonio Muñoz, son algunos de los militantes que forman parte de ella.
Resultó algo complicado encontrar la ubicación exacta. Conseguimos localizarla en la calle Sol, pero no fue fácil dar con el número exacto. Google la indicaba como un lugar “permanentemente cerrado”. Tras las indicaciones de los propios responsables orgánicos de esta agrupación dimos con el local, comprobando que no existía señalización ni cartelería externa. La sorpresa fue mayor ante la explicación que los propios socialistas daban: “Si ven señalizada la sede, la atacan con actos vandálicos y pintadas cada dos por tres, ocurría ya en la anterior ubicación”. A esta afirmación, le sucedieron reflexiones no poco interesantes sobre los perfiles ideológicos y socioeconómicos que habitan las distintas zonas y barrios que, al parecer, podrían estar relacionados con los recurrentes ataques. También la sede provincial de este partido político, ubicada en Luis Montoto, retiró hace tiempo todo distintivo que la identificase. Algo que curiosamente no ocurre con la sede del Partido Popular situada en la misma calle.
Tan solo unos días después de aquella conversación, sedes del Partido Socialista por todo el territorio español están siendo atacadas cuando no acosadas a sus puertas. Grupos de personas entre las que destacan rostros conocidos como el del vicepresidente de Castilla y León, Juan García-Gallardo, gritan consignas como «esas lecheras a las fronteras», «Pedro Sanchez, hijo de puta», «con los moros no tenéis cojones» o «Pedro Sánchez a prisión».
Si bien este partido político no es objetivo exclusivo de comportamientos intolerantes, sino que otros muchos colectivos, ideologías y personas también los sufren, sí llama la atención por la virulencia, el carácter generalizado de los ataques de estos días y los indicios de responder a algo programado. Tan es así, que ha despertado la repulsa de muchas personalidades, instituciones y partidos que muestran su solidaridad públicamente en redes sociales.
Son muchas las reflexiones que cabrían al hilo de los acontecimientos. En pleno siglo XXI, con una democracia tan madura que ha cumplido los 45 años y con una norma suprema que reconoce el derecho constitucional a la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social y promulga que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”… ¿Qué lleva a un partido político a ocultar sus símbolos y su identidad aunque solo sea gráfica de la vía pública y el espacio común? ¿Qué lleva al partido más votado de la provincia de Sevilla y el segundo más votado del país a optar por la autoprotección? ¿Cuánta intolerancia nos cabe como ciudadanos individuales y como grupos de pertenencia a un colectivo en pleno debate sociológico donde muchos anticipan el fin de las ideologías o la disolución de las clases sociales?.
En pleno momento donde proliferan todo tipo análisis demoscópicos sobre el comportamiento de una población que cada vez decide su voto con menor antelación y más inducida por el voto emocional que por el reflexivo ¿No merecería la pena, al menos, reparar en algo tan simple como puede ser observar en qué lado residen los mayores sentimientos de odio y los impulsos de atacar o insultar al contrincante? ¿En cuál habita la contención, la precaución, incluso el miedo a una situación de confrontación desmedida? ¿De dónde surgen el ruido, los gritos y la crispación?
Con toda probabilidad, antes o después quedará conformado un nuevo gobierno, estas reflexiones quedarán en el aire y la agitación a la que asistimos estos días también quedará apartada de las calles volviendo al hemiciclo, ese lugar que muchos observamos desde la distancia y que quedó más vacío y silencioso una vez que fuimos llamados a las urnas. La tentación de llegar a pensar que es preferible que la crispación encuentre su espacio en el Congreso de los Diputados antes de que lo haga en la vida cotidiana de cada uno de nosotros no deja de llevar implícito un alto riesgo.