Artículo publicado en infolibre
Baltasar Garzón, jurista y autor, entre otros libros, del ensayo ‘Los disfraces del fascismo (Planeta).
Durante más de veinte años dediqué mi vida profesional a la lucha contra ETA. Jamás durante ese tiempo, ni después, se me ocurrió frivolizar sobre algo tan trascendente y grave como el terrorismo, ni sobre las víctimas del mismo, ni tampoco sobre los terroristas, a quienes siempre otorgué la presunción de inocencia y nunca les privé de tal derecho, hasta que hubo sentencia firme en la que se les condenaba por los delitos correspondientes.
Por tal razón, entre otras cosas, me perturba gravemente la utilización de estos temas de forma tan frívola como la que estamos viendo en la campaña electoral que ya se extingue. El PP y Vox no han tenido empacho en traer al presente, de forma reiterada, el terrorismo y a los terroristas, haciendo símiles y comparaciones grotescas con el partido socialista y el presidente del Gobierno. El expresidente José Luis Rodríguez Zapatero fue contundente en una entrevista radiofónica al afirmar en qué fecha concluyó la actividad terrorista de ETA y les aseguro que, en efecto, hace más de doce años que esa lacra desapareció de España. Entonces, ¿por qué esa fijación con lo que sabemos que es un embuste grotesco, que implica a tantas personas, con el pobre rédito que pueda comportar electoralmente a quienes la utilizan?
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Esta campaña electoral pasará a la historia como la más mentirosa de la democracia española. En su transcurso, se ha hecho gala de ello y se ha premiado la falacia, la falsedad y la manipulación. Más aún, quienes las difunden través de las redes sociales y pseudomedios de comunicación se sienten orgullosos de ello. Tiempos complejos y tiempos peligrosos para los valores democráticos, ante el populismo fascistoide que nos inunda.
No todo vale
No todo vale en política y no todo debe consentirse en la confrontación o destrucción del contrario. Veamos: una víctima lo es siempre, desde el momento en que se le infiere el daño a un bien jurídico protegido, ya sea la vida, la integridad física, el patrimonio o cualquier otro interés legítimo. Es decir, Carmen Tagle, fiscal de la Audiencia Nacional, asesinada por ETA el 12 de septiembre de 1989, siempre será una víctima de ETA, así como su familia siempre sufrirá su ausencia y todos, como sociedad, nos sentimos concernidos por su pérdida y, de alguna forma, somos víctimas. Por eso, la apropiación de las víctimas es algo mezquino que nos debería repugnar y tendríamos que exigir su erradicación de la vida política. Pero, ya ven, algunos parece que añoran aquella época y la violencia, a la que tanto recurren.
Sigamos: un terrorista, entendiendo por tal aquel que se dedica a cometer acciones de este tipo, puede serlo durante un tiempo, o toda su vida, y hasta podemos catalogarlo como tal si no renuncia a la violencia como mecanismo de imponer sus ideas políticas y no ha rendido cuentas ante la justicia. Pero, una vez que ha sido condenado y ha cumplido la pena, si no renueva su actividad delictiva nos podrá gustar más o menos o sernos indiferente, pero ya no será un terrorista, como tampoco se puede hablar como tal de la organización extinta a la que pertenecía, sino en pasado.
Comparar a quien nada tiene que ver con la acción política democrática con quien sí la defiende, dirige un Gobierno, promueve leyes en contra de aquel fenómeno y da protección a las víctimas y seguridad a la ciudadanía en general, es una aberración y una clara manipulación flagrante del lenguaje. Es, además, un atentado a la democracia de corte fascista, se le dé ese nombre u otro. Basta con acudir a la historia para comprobar cómo ese modelo se generó y reprodujo entre aquellos que acabaron con sistemas democráticos y produjeron un padecimiento imborrable a toda la humanidad.
Quienes pertenecen al ámbito ideológico de las víctimas, con todo el dolor que puedan sufrir por la pérdida de un compañero, de un amigo… no son víctimas stricto sensu, y si tuvieran que personarse en una causa judicial en la que se juzgara al presunto autor, tendrían que hacerlo como acusación popular, no como acusación particular, posición reservada a las víctimas concretas y no a las difusas.
«Que te vote Txapote»
La desafortunada expresión “que te vote Txapote”, salida de la factoría propagandística y de comunicación del Partido Popular y aplicada a Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y candidato por el PSOE, es cuasi delictiva en el supuesto de encontrarnos en un país serio en el que la justicia asumiera su rol de defensa de los derechos de la ciudadanía y no confundiera la libertad de expresión con la degradación de la misma. Este lema no va contra Txapote, identificado como uno de los máximos responsables de ETA y condenado por varios asesinatos. Quizás a su protagonista, incluso, le produzca satisfacción la utilización que se le está dando a su nombre, porque tal uso comporta una revictimización de toda la sociedad. Particularmente, me ofende como persona, como profesional de la justicia, como ciudadano español y como juez que ha combatido el terrorismo. La banalización de estos temas, insisto, es puro fascismo.
La frase va dirigida a denigrar a quien representa todo lo contrario de lo que se sugiere con ella, a un adversario político al que se pretende identificar como terrorista o protector de terroristas. Es así, por duro que parezca. Pero es que esa banalización se potencia al límite de axioma de campaña como el más feliz hallazgo de su patrocinador. Lo cierto es que, si aceptamos este planteamiento, tendríamos que convenir en que las personas que utilizan ese eslogan no lo hacen en el uso de un derecho, sino a la inversa, quebrantando el derecho a la integridad moral del que recibe el insulto.
Esta no es una cuestión baladí sino fundamental, porque lo que se ha demostrado, frente a esa expresión, es exactamente lo contrario. Todas las instituciones, cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, Ministerio Público y Poder Judicial siguen actuando, persiguiendo, investigando y juzgando los hechos criminales cometidos.
Víctimas discriminadas
La utilización partidista de las víctimas del terrorismo es algo que siempre ha identificado a determinados grupos políticos que, de alguna forma, se sienten incómodos con la finalización de aquél y que, a la vez, discriminan por clases de víctimas, calificando a las del terrorismo de ETA de mejor calidad que a las del yihadismo. O, también, rechazando la condición de tal para otras como las que defendieron una democracia salida de las urnas que se vio violentamente atacada por un golpe de Estado y a las que niegan la derecha y la ultraderecha. Las repudian porque su verdugo fue una dictadura que asoló a este país durante casi 40 años. Esto es, de nuevo, una auténtica revictimización.
He sufrido verdadera vergüenza ante la “apropiación” de la persona de Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA hace ahora 26 años. Aquel hecho removió todas las conciencias de bien de España y determinó un cambio de rumbo de forma integral, en la confrontación frente al terrorismo. Por ello, apoderarse de su figura, con exclusión de las demás fuerzas políticas y sociales, como ha hecho el PP en campaña electoral, es, cuando menos, inaceptable en una democracia que se precie de serlo.
La ambición de conseguir el poder es legítima, si le damos un sentido de servicio público y sin que signifique la anulación del oponente. Por el contrario, ganar unas elecciones supone un acto de responsabilidad y no se puede acceder a tal triunfo a base de la mentira, la falsedad y la manipulación, ni utilizando mecanismos tan poco democráticos como los que estamos viendo ahora. Todos somos responsables de que España se consolide como un verdadero Estado de derecho social y democrático, como reza nuestra Constitución. El camino iniciado por algunos es contrario a ese precepto y comporta riesgos perturbadores.