La tensión dialéctica ha acaparado el ámbito político de nuestro país. Poco a poco, avanza ocupando nuevos espacios de representación institucional a niveles autonómicos y locales.
Es un hecho que, por mucho que esta conducta genere rechazo entre gran parte de la ciudadanía, nuestros representantes políticos, aquellos en quienes delegamos nuestra confianza para que gestionen una parte importante de nuestras vidas durante cuatro años, no son capaces de frenar la deriva.
El contexto internacional no es mucho más esperanzador. La ONG Ayuda en Acción comenzaba el año 2022 datando en más de veinte los países en conflicto o en riesgo de estarlo. Un mes más tarde de esta publicación, Ucrania fue invadida por Rusia, que decidía así marcar un antes y un después en un conflicto que se remontaba a 2014 y que ya se había saldado con más de 13.000 muertes.
Desde entonces, hemos asistido a un gran despliegue armamentístico internacional en ayuda a Ucrania y a grandes esfuerzos diplomáticos que pretendían mediar en el conflicto bélico, pero la guerra continúa y, lo peor, el líder invasor acaba de revalidar su mandato hasta 2030 con el mejor de sus resultados.
Las imágenes de niños heridos, mutilados y muertos, desgarradoras hasta el límite de lo inhumano, no han sido capaces de parar la guerra. Pasado algo más de un año y medio desde que estallase esta, vimos cómo las imágenes de una infancia devastada por las bombas se multiplicaban, esta vez en la Franja de Gaza. Seis meses después, la guerra entre Israel y Hamás continúa y la cifra de muertos supera ya los 30.000.
Cuando algunas voces empiezan a apuntar al riesgo de un conflicto bélico de dimensión mundial, los poderosos y malinterpretados intereses económicos y geoestratégicos le ganan la batalla a la diplomacia. Ojalá la guerra no la gane nadie.
En este complejo contexto surgen preguntas tan básicas como recurrentes… ¿es que nadie puede hacer nada por parar esto? ¿tan difícil es un pacto internacional que ponga freno a la barbarie?. Aunque las respuestas no se antojan fáciles, ciertamente, son muchos los líderes internacionales que destinan estos días ingentes esfuerzos en revertir el panorama bélico. Sus armas no resuenan ni estallan como bombas, se asemejan más a la sutileza y la discreción que acompañan a toda acción diplomática. Está por ver que sean eficaces.
El presidente del Gobierno de España, uno de los responsables políticos que ha incorporado de forma decisiva a su discurso la dimensión internacional, afirmaba el pasado viernes en referencia a la situación en Gaza que “es hora de pasar de las palabras a los hechos”. Lo hacía en un encuentro con sus homólogos de Noruega e Irlanda. Del éxito de la estrategia que a otros niveles se esté implementando, dependerá que algunos vean en este viaje de Pedro Sánchez puro oportunismo político o un liderazgo consolidado.
La realidad es que, en un ambiente de tensión dialéctica nacional como el que mencionaba al principio, será fácil que mientras algunos se interesen por saber si el presidente viajó en Falcon, muchos otros conserven aún grabadas las imágenes de niños sufriendo hambruna, terror y violencia.
A finales de los 60, durante la Guerra de Vietnam, uno de los mayores iconos culturales de todos los tiempos pedía melódicamente al mundo “darle una oportunidad a la paz”. Paradójicamente, años más tarde, John Lennon, el músico y activista por la paz, murió asesinado en plena calle. Démosle, de una vez por todas, una oportunidad a la paz.