EDITORIAL
Llega octubre y lo hace con su correspondiente “puente del Pilar”, unos breves días de descanso que hacen algo más llevadero a los españoles el periodo comprendido entre el fin del verano y la llegada de la Navidad. El festivo que da nombre a este breve intervalo de tiempo es la efeméride de la Virgen del Pilar, patrona de Zaragoza.
A su vez, el 12 de octubre coincide -sólo por casualidad- con uno de los días grandes de España, el Día de la Fiesta Nacional, también conocido como Día de la Hispanidad.
Al margen del debut militar de la princesa Leonor, poco nuevo bajo el sol. La capital española acogía la solemne celebración. Tuvo lugar el tradicional desfile de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y, en una especie de desfile paralelo, también se retrataron las máximas autoridades y sus acompañantes. El fasto, con sus medidos guiños, cumplió las expectativas de cada cita anual. Ni siquiera faltaron, a la llegada del presidente del Gobierno en funciones, los ya habituales abucheos. El español es un pueblo de costumbres arraigadas y, aunque esta última lo sea de forma intermitente (acorde a si el gobierno de turno está liderado por la izquierda o por la derecha), corren tiempos insólitos y quizás, quién sabe, hasta lleguemos a ver la pitada institucionalizada e incorporada al propio protocolo.
Los titulares de prensa posteriores al evento, en su mayoría, centraban la atención en el papel de la Princesa de Asturias y la simbología del uniforme militar de gala. Algunos medios de comunicación elevaban la pitada al nivel de algarada y la convertían en noticiable, incorporándola a encendidas tertulias y debates de opinión. La prensa más inclinada hacia las tendencias de moda y el lifestyle pasaba a ellas por el filtro del glamour (siempre ellas en la exigencia estética). Ministras, autoridades y consortes, sin excluir a la que algunos llaman ya “la primera dama andaluza”, también sus looks y firmas elegidas para lucir en la gala quedaban sesudamente analizados.
Pero, el español es también un pueblo de costumbres sabias, que sabe aprovechar cualquier oportunidad para desconectar y disfrutar de todo aquello que su tierra le ofrece en forma de, cultura, deporte o sol y playa… entre otros muchos atractivos. Y es así como un puente que comenzó con su oportuno abucheo se salda hoy con unos espectaculares datos turísticos: alojamientos completos en la mayoría de las comunidades autónomas, el turismo urbano y rural supera las cifras del pasado año, más de seis mil vuelos de vuelta operan hoy en los aeropuertos del país, Renfe ha ofertado un millón trescientas mil plazas durante el puente y Tráfico estima en siete millones y medio los desplazamientos por carretera.
Con toda seguridad, concluida la ceremonia y cumplido el deber de pitada, muchos se apresuraron el pasado jueves a depositar el silbato junto a las maletas ya listas en el vehículo y partieron hacia la casa de la sierra o el apartamento de la playa, quizás incluso tomaron un avión con algún lugar exótico por destino. Y, mientras los abucheadores profesionales, como algunos los llaman, se fajan en salvar España, quizás ignoran que conviven con una suerte de mayoría silenciosa que ve un país muy distinto.
Mientras unos, exhaustos y sin aliento, cada año pitan bajo las insoportables temperaturas de un tardío veranillo de San Miguel, quizás ignoran que otros les toman la delantera para darse un buen chapuzón en el mar, bajo el sol otoñal de un octubre que sigue invitando a una cerveza bien fría.