Tendrían aún que pasar más de cuatro décadas para que la cantante Shakira vengase la infidelidad de su ex, el futbolista Gerard Piqué, al ritmo de una loba como yo no está pa’ tipos como tú, o para que Hannah Montana, ya Miley Cyrus, nos confesara que ella misma podía comprarse flores (I can buy myself flowers), cuando María Jiménez se colaba en los televisores de los hogares españoles con el que resultó ser uno de sus mayores éxitos: Se acabó.
El descaro de unas letras, interpretadas con el mayor de los desparpajos, convirtieron a la trianera en un icono del empoderamiento femenino durante una época en la que cualquier atisbo de poder quedaba más que alejado de la mujer. Paradójicamente, mientras las personas más cercanas a la artista la describen como una mujer adelantada a su tiempo y de personalidad arrolladora (“un terremoto” como llegaron a describirla algunos), ella afirmaba “no ser alguien que luchara contra la corriente y ser más de tomar la vida como viene”.
Y es que la vida a María Jiménez, en demasiadas ocasiones, le vino mal dada. Su afirmación solo se entiende así. El dolor sobrevenido tras la muerte de una hija adolescente y la violencia ejercida por su -tres veces- marido y denunciada públicamente años más tarde por ella misma, consiguieron apartarla y anularla temporalmente. Por fortuna para todos, volvía a resurgir una y otra vez con más fuerza si cabe, regalándonos momentos insuperables como el de verla aparecer a dúo con Sabina, ataviada con plumas de pavo real sobre la cabeza y por fondo, los grafitis estampados sobre la pared de un baño.
La vida la conforman dos tipos de personas, aquellas que no dan un paso sin pedir permiso y las que entran sin llamar. Son estas últimas, las más irreverentes, revolucionarias e inconformistas, las que cambian el mundo. Aquellas que pasan por encima de la norma establecida, aquellas que cuestionan el orden impuesto frente a la propia libertad. Son ellas las que impulsan los cambios y hacen que las sociedades avancen. Es el caso de esta artista sin igual, el impacto de su individualidad deja un legado colectivo. Ella, sin lugar a duda, ha contribuido a que mujeres de otras generaciones también se planten al grito de un “se acabó”.
María Jiménez, la mujer que se puso la libertad por montera y que solo al mirar atrás fue consciente de que sus espectáculos habían encarnado la más pura transgresión, insistía en ser recordada como una buena persona. Y así la ha despedido la gente de su tierra natal. Sevilla se echó a la calle el pasado viernes, el transporte público se llenaba de conversaciones entre señoras que venían de despedirla, los medios de comunicación recordaban su enormidad, su voz volvía a cantar abriendo informativos y miles de personas la acompañaban en su último deseo, el de pasear las calles de su ciudad y su barrio en coche de caballo.
Ahora ya su mundo es otro y el nuestro mucho mejor gracias a personas como ella.