Tras unos meses de pandemia, lo que se esperaría es que el CEO de Pfizer no huyera del mercado en el que cotizan sus acciones, pero no así, aprovechó el anuncio para hacer caja de una vacuna que no ha resultado efectiva todavía. Más que nada, porque no se ha puesto a prueba ni masificado a nivel general
La noticia de que las pruebas a las que había sido sometida la vacuna de Pfizer, en primer momento podrían ser esperanzadoras. Un ensayo al 50%; del que la mitad reciben placebo y la otra la vacuna real, sienta las bases para ser un proyecto serio. Anunciar que la eficacia es superior al 90% es casi ficción. De una muestra minoritaria no se puede sacar un patrón fiable.
Pongamos que de 20.000 personas a las que se le realizan pruebas con la vacuna real, solo a 10.000 personas se le administra y, al resto, en la misma proporción un placebo como muestra de control.
De ellos, a los que sortean la enfermedad y se les ha administrado placebo, adquieren la enfermedad 190. Pero no porque el estudio les exponga al virus, sino porque las condiciones son las de un «beta tester» y vas «a pelo», o sea, a la misma exposición que un ciudadano normal. En la representación real de pruebas realizadas, 190 personas infectadas, sobre una muestra de 10.000 representan el 1,9 %. No muy alejado de la tasa de contagio media.
Por contra, tenemos al grupo interesante, para el que ha sido concebida la vacuna, que de ellos, una vez vacunados, se exponen a mismo rango de transmisión que una persona que ha recibido placebo. De ahí deberemos sacar conclusiones de la efectividad de la vacuna en primer momento. de los 10.000, solo la contrajeron 90 personas, lo que representa menos del 0,9%. Y sí, de ahí sale la estadística de fiabilidad de un ejercicio incompleto de pocos voluntarios.
Las pruebas en voluntarios sanos y con gran capacidad de recuperación casi siempre se dan en los casos voluntarios. Queda por ver qué pasa con aquellas personas no propensas a estudios virológicos que no se pueden exponer al virus por problemas de salud devenidos de patologías donde la incidencia estadística es casi mortal.
Un estudio casi a la mitad ha disparado las previsiones en países no ya necesitados de la vacuna, sino de una receta de esperanza para toda esa población desesperada, que no puede pensar en el mañana porque ya vive las pérdidas de hoy.
Casi a la vez que España sufre la pérdida de oportunidades por el virus, se matan esperanzas de los que emprendieron en una época difícil y para nada comprendida por aquellos Gobiernos que sentencian quién vive y quién perdura.
La España de la caña y la tapa no es solo eso, son sueños que quedaron rotos y alguien obligó a despertar.
Soñar nunca fue gratis, despertar supone el doble castigo. Mientras duermes podías descansar. Ya ni eso.
Ser soñador y emprender rumbo a lo que persigues no es más que un barco que va a la deriva.
Juan Sebastián Elcano y Magallanes partieron desde la misma casilla, sin embargo, el destino les deparó papeles cruciales en la historia. Uno ser el artífice de la primera circunnavegación al globo, poco después de Colón, y el otro, ni más ni menos que completar tal hazaña.
Si algo define a los españoles, además de su complejidad, es sin duda su capacidad para coronarse en lo más alto y, a su vez, autodestruirse.
Para definir a los españoles, solo hay que hacer un breve repaso a hemeroteca y parafrasear a Otto Von Bismarck:
“Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”.
Bismarck, que fue lo que en sus tiempos a día de hoy le corresponden a un visionario, rechazó desde un principio las ideas socialistas e implantó lo que a día de hoy se conoce como un sistema de mérito consistente en el trabajo. Una buena base de ese sistema ha seguido vigente con su modelo y basado en el merito y capacidad como única barrera, lo que a día de hoy es la semilla de el capitalismo.