«Estas lunas merecen otras noches.»
(De la serie: El caso Asunta)
¿Han visto ustedes alguna vez uno de esos juegos en los que se colocan fichas, por ejemplo, de dominó y sólo con mover una, se empiezan a caer todas formando una imagen desconcertante pero ordenada? ¿Se han detenido en esa fragilidad, en ese presionar suavemente con un dedo y que todo empiece a desprenderse? A veces, a nuestro ser más íntimo, a nuestra naturaleza, le ocurre algo parecido pero sin la belleza y el orden que siguen las fichas, toco cae pero en una especie de caos asfixiante. Fue un dedo, un poco de presión en un dedo, y sin embargo, removió todas las fichas, las tiró todas. Las tiró porque estaban deseando caer, las tiró porque estaban abocadas a la caída pero necesitaban un leve empujoncito (un botón, un sólo botón puede hacer desaparecer el mundo).
A priori, el análisis siempre es el mismo, ¿qué me pasa? tengo una familia que me quiere, una red de amigos impresionante, un trabajo estable, no tengo mala salud, mi vida, en general, no va mal, no es especial al resto de las vidas mediocres de los seres mediocres (entendida la mediocridad como un valor, no como algo despectivo). O bien, acabo de encontrar un nuevo empleo, me acabo de comprar una casa, tengo en marcha un proyecto personal, y sin embargo, el dedo presiona suavemente y todo estalla por los aires.
Y entonces viene la soledad, que está ahí desde hace años y que tú te has empeñado en ocultar, de golpe, aparecen los terrores y empiezas a no dormir y a ir llenando de fantasmas tu cabeza, y cuando duermes, tienes malos sueños y quieres despertar. Y al día siguiente, el cansancio y los pensamientos negativos. Y un día, vas al hospital porque sientes que este estás muriendo, que te vas a morir en ese momento, pero no, no te estás muriendo. Te hacen pruebas de todo tipo y te dicen que es ansiedad y tú no lo crees porque tú, hace unos minutos, te estabas muriendo, pero se te ha pasado solo, ni siquiera te han medicado y ha terminando pasando solo y entonces, piensas que bueno, que sí, que puede ser y no lo entiendes, pero sigues, te vas y sigues y tomas una cervezas y haces como el que no ha pasado nada pero sí que ha pasado.
Más tarde, reflexionas y recuerdas aquella vez en la que no importaba estar o no estar, aquella vez en la que buscabas el amor desesperadamente porque, en tu subconsciente, no querías estar solo, porque te paraliza envejecer solo, porque no quieres ver solo una serie de Netflix, ni quieres meterte en la cama y no tocar el pie que has tocado durante tantos años, porque te aterra ponerte enfermo o que te mueras y que nadie se entere hasta varios días después. Y asumes que el problema viene de ti, que los líos son tuyos y que el dedo que ha hecho lograr que las fichas de dominó se caigan una tras otra, ha sido tu dedo.
Y piensas también en esa montaña rusa que son tus emociones con esta alta sensibilidad tan traicionera y empiezas a asumir, aunque ya lo sabías, que no eres infalible y que no siempre llevas la razón y que a veces te victimizas sin querer y que sí, que a veces te regodeas en la tristeza por mucho que tú no quieras ser alguien triste.
Observas que te has ido separando de los más que te quieren y te cuestionas cosas pero sin orden, sin lógica y tu cabeza se convierte en un hervidero y la tristeza se te cuela dentro, ya la tenías, pero ahora sale, ahora ya la dejas, tiene que liberarse, y lloras porque te sientes solo, lloras por un amor no correspondido, lloras porque tu madre está sufriendo por ti, lloras porque todo te da miedo, te paraliza el miedo, te asusta vivir, te dan miedo las cosas de adulto y entonces es cuando quieres desaparecer, no quieres morirte pero sí desaparecer, que se apaguen unos días los focos de la vida, necesitas parar, parar, parar y vas a tu familia, los miras y les dices que necesitas parar y buscas ayuda porque ya sabes que hay que volver a levantar esas fichas de dominó. Sabes que lo puedes hacer, sabes que merece la pena parar, revisar los cimientos (no cambiarlos, son los tuyos), tapar desperfectos, lijar puertas, desengrasar pomos, desatascar tuberías, y ponerlo todo a punto de nuevo.
Buscas ayuda, empiezas terapia, tomas medicación para que te ayude un poco en el camino con vistas a quitarlas lo más pronto posible, te duchas, paseas bajo un sol de primavera, te encuentras con una amiga que te abraza, otro amigo te llama, tu madre te agasaja con platos suculentos y tu padre, que no se entera de mucho, te mira con extrañeza y te pregunta que si vienes del trabajo. Papá y su ternura.
Mis fichas de dominó están todas esparcidas por la mesa, volveré levantarlas una a una, habrá que trabajar, habrá que llorar aquello que aún ni sé, habrá que sanar, que curar, que reposar, que abrazar, que volver a aprender a sonreír, está todo por hacer, como cuando esperas visita y tienes todo el piso desordenado, sólo que, en este caso, la visita soy yo y el desorden está en mi interior. Pero la visita llegará y estará todo listo.
Y cuando todo pase, porque va a pasar, de pronto, una noche cualquiera de luna llena, miraré al cielo y diré justo lo contario de la frase con la empiezo esta confesión: estas lunas sí que merecen estas noches. Y suspiraré tranquilo, sabré quererme, sabré amar dosificando y aumentando progresivamente al verme correspondido y sabré llegar a casa, a mi casa, prepararme un caldo de esos que aprendí de mi madre y sentarme tranquilamente a ver una serie de Netflix sabiéndome a gusto, en casa, por fin, en casa, feliz conmigo mismo. Y el dedo no volverá a empujar suavemente las fichas para provocar el caos, si acaso, caerá alguna, pero será fácil levantarla.
Lo prometo. Me lo me prometo.