Señalado por el dedo divino del todopoderoso Pedro Sánchez, Salvador Illa se incorporaba, en enero de 2020, al Gobierno de España como sucesor de la ministra Mª Luisa Carcedo en la cartera de Sanidad.
La intención del presidente del Gobierno fue dar visibilidad a un socialista poco conocido fuera de Cataluña. Ya tenía el secretario general del PSOE la atención puesta en el futuro de su partido en un territorio al que, en plena ebullición independentista, solo le bastó la mecha del 155 para prender en llamas.
Si el recién llegado esperaba un mandato tranquilo y compatible con la progresiva construcción de un liderazgo extramuros, la pandemia mundial hizo saltar por los aires toda previsión para imponer su propia agenda y marcar los tiempos de todo un planeta.
Al hombre de rostro serio y trato recto que respondía a preguntas de la prensa encogiendo la nariz y levantando su mirada por encima de las lentes, le superó cualquier expectativa de visibilidad y su imagen, junto a la de su más estrecho colaborador, el científico de voz quebrada, terminó proyectada de forma permanente en informativos ordinarios o especiales y en comparecencias públicas sin tregua. Quienes acompañaron más de cerca al ministro en esta travesía sin precedentes lo describen aún hoy como un excelente motivador de equipos de trabajo, aunque no evitan la alusión al altísimo nivel de exigencia que reclama de estos.
Entre las bambalinas de la política, a menudo y de forma algo canalla, suele hacerse alusión a aquellos que pasan a engrosar las filas de un conocido principio que, bajo el apellido de su autor, el pedagogo Laurence Johnston Peter, sostiene que toda persona competente en su trabajo tiende a ser promocionada a puestos de mayor responsabilidad, hasta llegar a uno en que no es capaz de cumplir con los más mínimos objetivos de su labor y alcanza así su máximo nivel de incompetencia. El de Illa podría ser el caso opuesto.
Para los apasionados de la política y de la información, las últimas horas están resultando muy estimulantes en cuanto a la observación de teorías que desgranan encuestas, contrastan previsiones con resultados, analizan comportamientos sociológicos detallados por zonas e incluso barrios y valoran posibles pactos. Pero, no negarán que resulta, como mínimo, igual de apasionante, en un contexto como el actual y en un territorio de lo más complejo, analizar cómo un perfil en desuso, alejado de las habituales estridencias y centrado en lo estrictamente político, ha sido capaz de salir triunfador, devolver a su partido los resultados de hace décadas, llevar al independentismo a sus peores datos y, de paso, dar algo de aliento al bipartidismo.
El pasado domingo, la militancia socialista catalana arropaba fervientemente a su líder. Hoy, en muchos otros territorios, algunos esperan ansiosamente a su Salvador mientras otros temen al dedo del todopoderoso.