El viejo refrán que, dicen, remonta sus orígenes a los tiempos de la Roma clásica y, en esencia, viene a hacer referencia a la lealtad entre los miembros de una misma especie, no parece haberse mantenido incólume al paso de la historia. No, al menos, en lo que a los tiempos que corren se refiere.
Han sido muchos los gremios objeto del comentario Perro no come carne de perro. Unas veces las connotaciones eran positivas y aludían a la lealtad entre colegas y la autoprotección que, en manada, precisaba la profesión en cuestión para evitar un posible desprestigio por ataques de quienes no pertenecían a ella. Pero, en otras ocasiones, el corporativismo -que sería una posible traducción a lo humano-, tenía matices perniciosos.
En el ámbito de la medicina, por ejemplo, quién no conoce algún caso que, creyendo ser víctima de una mala praxis, ha buscado amparo en otro profesional sin hallarlo.
Son cada vez más los colectivos profesionales que van dejando atrás el canino refrán para adentrarse en la selva de la competencia caníbal. Qué decir del ámbito judicial, de sus grandes consejos y órganos de gobierno y de sus posicionamientos enfrentados públicamente, casi siempre por cuestiones que tienen más que ver con la política que con lo estrictamente jurisdiccional. O la propia política, un espectáculo al que asistimos a diario y al que ya sólo resta que sus protagonistas pasen de la falta de respeto verbal a la física. Mientras el auditorio se esmera en jalear a los suyos y abuchear a los contrarios.
Quizás han sido demasiados los años de autocomplacencia, llamémoslo corporativismo, y muy pocos los de una necesaria autocrítica capaz de conectar a las distintas profesiones entre sí, a través de algo tan sano como es el sentido común, la empatía y la capacidad de ponerse en el lugar del otro, o de algo tan simple como es la propia humanidad. De continuar por esta senda, quizás llegue un día en que los canes, sentados en su sofá, observen a los humanos en su eterna riña, mientras ellos siguen en su primario instinto de cuidar de la manada.
El mundo de la información, en su labor de no dejar puntada sin hilo, acostumbra a poner el foco crítico en el resto de gremios y sectores. Pero, aunque se pretenda mostrar públicamente lo contrario, hace tiempo que el periodismo, aquejado del mismo mal que el resto de la sociedad, también empezó a consumir discretamente carne de perro.
Las formas sutiles han saltado por los aires esta semana, ante una de las mayores crisis reputacionales que afronta un perfil político en este país. Algunos medios de comunicación, de línea editorial conservadora, compraron al jefe de gabinete de Díaz Ayuso, MAR, información falsa sobre sus compañeros del Diario.es y El País. Mientras estos últimos, de línea progresista, ejercían su labor de investigación, el todopoderoso estratega casi consigue colocar como cierto un mensaje que perseguía desprestigiar a los periodistas y a la profesión. MAR pudo ver parte de su objetivo cumplido y leer publicada la información falsa que había puesto en circulación, porque periodistas devoraron carne de periodista.
Quizás haya llegado el momento en que la delgada línea que separa lo corporativo de lo sectario deba ser marcada de forma más gruesa. Y quizás, dentro la propia profesión periodística debamos autoaplicarnos por una vez nuestros códigos fundacionales presididos por las cinco uves dobles traducidas en ¿Quién?, ¿Qué?, ¿Cuándo?, ¿Dónde? y ¿Por qué?.
La última de ellas ya les adelantamos que seguro tiene respuesta en otro famoso refrán: poderoso caballero don dinero.