EDITORIAL
Finalizado el confinamiento, pero aún inmersos en el estado de alarma al que nos abocó la crisis pandémica en 2020, España entera observaba con atención cada comparecencia pública de los responsables políticos. Fue entonces, cuando asistimos a las declaraciones de la presidenta de la comunidad madrileña, Isabel Día Ayuso, que afirmaba que “Madrid es España dentro de España”.
Al margen del elevado nivel intelectual que requiere la certera compresión de determinadas reflexiones, lo que parece evidente en este caso es que, una vez más, el centralismo madrileño tomaba la parte por el todo en esa especie de sinécdoque que tanto incomoda al resto de españoles más allá de Madrid.
Hay que decir que, en tiempos de populismo, las formas importan más que el fondo, aun cuando este último ni siquiera existe. Cualquier llamada pública al patriotismo, por anacrónica que parezca, cualquier interpretación pública que persiga el enaltecimiento de determinados valores, por consolidados que estos de hecho se encuentren, son más que bienvenidos en una sociedad loca por aferrarse a una bandera.
Fue así como la dirigente popular, en una legendaria manipulación del concepto libertad, exigió autonomía con respecto al Estado para proceder -a su manera- contra el Coronavirus. Y así fue como el centralismo reclamó su descentralización y la asunción de responsabilidades sobre los más de 7.200 ancianos fallecidos en las residencias madrileñas acabó diluida y sin bandera. A estas alturas no debería infravalorarse la exitosa estrategia de Díaz Ayuso con respecto a este y otros muchos asuntos, por muy oportunista que pueda parecer a algunos.
Pero, estos días, a la presidenta de los madrileños le ha salido un duro competidor en el sur. Al presidente de los andaluces -popular para muchos, populista para otros- no se le caen los anillos a la hora de agitar banderas. La del centralismo para endosar al presidente del gobierno de España la responsabilidad de cada fracaso político -sin importar que las competencias sean autonómicas como es el caso de las sanitarias- o la bandera de la autonomía para confrontar territorialmente con Cataluña, España y la humanidad.
Esta misma semana Andalucía conmemoraba, como cada año, que el 4 de diciembre de 1977 los andaluces salieron a las calles para reclamar su autonomía desde unas claves identitarias tan reconocibles como son respeto y la grandeza de no sentirse más, tampoco menos, que los habitantes de cualquier otro territorio. La efeméride del 4D rememora con orgullo un movimiento ciudadano y político que concluyó en la celebración de un referéndum y la posterior aprobación de su Estatuto.
Pero este 4D ha sido distinto a otros. Resultó ser una resaca fallida de la protesta organizada el día anterior contra la ya tan manida amnistía catalana. El Partido Popular, que en la actualidad gobierna con mayoría absoluta Andalucía, decidió hacerse un Ayuso en una especie de totum revolutum contra Sánchez y los catalanes. Lo hizo, además, bajo la bandera verdiblanca y la dignidad de una Andalucía cuya autonomía no solo no apoyó la derecha de entonces, sino que además combatió bajo el lema “Andaluz, este no es tu referéndum”.
El que ha venido a denominarse día de la Bandera, deja así atrás tiempos de unión para poner en primera línea el agravio y la división. Quizás convenga señalar que esa especie de simbiosis que protagonizan la Comunidad de Madrid y España en su globalidad puede resultar muy distinta al proceso que avanza ya en la región sur. Andalucía empieza a dejar atrás su identidad, paradójicamente, mientras ondea la bandera autonómica y jalea de forma casi permanente contra el gobierno central y Cataluña. Andalucía pierde si deja atrás el sentimiento de orgullo para dar paso a esta especie de empacho patrio. Pierde si descuida la atención a sus conciudadanos y la gestión de sus propias competencias para poner el foco en Madrid. Por otro lado, a pocos se les escapa a estas alturas que este viraje responde a la rivalidad entre dos dirigentes políticos por hacerse con el liderazgo de su partido a nivel nacional.
La semana-puente que despedimos hoy ha dado para tanto que hemos asistido a un 4D disparatado y descafeinado de sentimiento andaluz, a la vez que escuchábamos al mismísimo presidente Moreno Bonilla erigirse en garante de la defensa de la Constitución “frente a quienes buscan la deriva de España como proyecto común y destruir desde el Estado el propio país”. No ha faltado un perejil, incluso quienes así lo han preferido, han podido evadirse de tanto amor-odio a la madre patria y tanta comparación territorial, rematando la semana bajo el deleite de un buen vino y el trovar de las míticas tunas que, aunque de forma distinta, también tomaban las calles con motivo del día de la Inmaculada Concepción.