Llevábamos ya unas semanas desayunándonos la fusión entre BBVA y Sabadell. Una fusión por absorción del grande que se come al chico, y que no puede plantearse -ni por asomo- por razones de saneamiento y reestructuración financiera, más bien para ganar cuotas de mercado, tanto a nivel nacional, como europeo e internacional. Hasta el pasado jueves la oferta de BBVA de compra de acciones del Sabadell obedecía a una estrategia “amistosa” de supuestos intereses convergentes entre ambas pero que levantó numerosos recelos (entre ellos de las autoridades económicas del gobierno), siendo entonces cuando el primero lanzó un órdago en toda regla planteando una propuesta directamente a los accionistas del segundo en una operación de la que no hay precedentes en más de 40 años. La conocida “OPA hostil del BBVA al Sabadell”.
En estos días han sido muchas las declaraciones en contra de tal proceder, salvo el clamoroso silencio de la patronal que siempre abre la boca cuando no debe y la cierra cuando más esperada es su opinión. Y es importante esa opinión pues tal fusión no tiene como objetivo dar respuesta a presuntas razones de mejoras por el saneamiento o la necesaria reestructuración de dichas entidades como ya he dicho, no. Las razones no son otras que aumentar la cuota de mercado (y mejorar aún más sus beneficios) aunque en el camino nos dejemos algunos pelillos en la gatera, como pudiera ser el cierre de más oficinas o los ajustes de plantillas. ¡Para ellos poca cosa!
No nos engañemos, nadie debe dudar que buscan reducir la competencia. Cuando estalló la crisis financiera de 2008 había en España 55 entidades financieras, hoy son 9. España es el tercer país de la UE donde más ha crecido la concentración bancaria, y es el segundo país que más concentración de activos ha tenido en manos de los cinco grandes, y entre los que están BBVA y Sabadell. Pero esto lo hacen en beneficio de sus clientes, los ciudadanos ¿verdad? No hay quien se lo crea.
Se imaginan el sopapo que les daría Adam Smith con su “mano invisible”, que anda que no escribió ríos de tinta para convencernos de que la mejor manera del funcionamiento de la economía es la de la libre competencia y de la existencia de esa mano que nadie ve (diríase que divina) que se encarga de ajustar el mercado cuando este manifiesta determinados desajustes o contradicciones. ¡Menudo sería!
Pues, por favor, que los árboles nos dejen ver el bosque. Sepan que la proyectada fusión reflejaría una realidad que debemos tener en cuenta y que es la siguiente: los activos totales de ambas entidades superarían el billón de euros, lo que supondría un 70% de todo el PIB español de un año y harían que la entidad resultante pasara a formar parte del selectísimo club de los 10 europeos que superan dicho billón de euros. Esa lista la integran 4 franceses, 2 ingleses, ahora serían 2 españoles (Santander y la resultante), 1 suizo y 1 alemán.
A nivel mundial se situarían dentro de los 30 primeros, cerca de ING holandés, de Morgan Stanley estadounidense y de Unicredit italiano.
A nivel nacional la suma de ambas entidades las situaría a poca distancia del grande español que es el Santander, arrebatando el segundo lugar a Caixabank.
Desde el punto de vista de la solvencia no cabría esperar mejoras sustanciales en sus índices dado que ambas entidades muestran unos datos actualmente muy similares (12,99 para el BBVA, que es el cuarto en el ranking nacional, y 12,75 para el Sabadell, que actualmente es quinto) y seguirían por debajo de la media europea que se sitúa en un 15,91. Por eso les digo y me temo que la invocada mejora en su eficiencia la obtendrán a través del cierre de más oficinas y de los ajustes de personal, pues seguro que las retribuciones de sus directivos todavía aumentarán más aún.
Dicho lo anterior, deberemos esperar el parecer, que dicha oferta merezca a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y a lo que diga el Banco Central Europeo (BCE). Me da que la operación proyectada no se lleva bien con los principios inspiradores de la UE recogidos en su Tratado.
Más ajustes de personal, sí, y la paradoja esté en que los servicios de estudios de estas entidades financieras, y del Banco de España, no pierden ocasión de bendecir postulados de demorar las jubilaciones hasta más allá de los 65 años (y, si me apuran, de plantear abiertamente la necesidad de acompasarla al avance de la expectativa media de vida) y luego, de puertas adentro, hacer dichos ajustes de plantillas mediante jubilaciones anticipadas de su personal para reducir costes operativos y maximizar el beneficio. “Haz lo que yo digo, pero no hagas lo que yo hago”.
Perdamos toda esperanza de que la concentración bancaria que nos anuncian responda a los intereses de los ciudadanos y tomemos conciencia de que el sistema financiero está en manos de cada vez menos operadores, con las desventajas que ello tiene para la ciudadanía. La pregunta clave es: si el dinero es al sistema económico lo que la sangre es al sistema circulatorio humano ¿cómo se permite el estado moderno, España, delegar la función de crédito y depósito en entidades de las que muchos dudamos que atiendan al interés general? Es excesivamente arriesgado y, por desgracia, ya hemos tenido episodios reiterados en nuestra historia, que de tanto en tanto se encarga de recordárnoslo con sobresaltos que rascan nuestros bolsillos.
Creo que deberíamos reclamar la necesidad de una banca pública que ofreciera condiciones de mercado a los depósitos de la ciudadanía, con la garantía del Estado, que rentabilizaría para el bien común en títulos donde más conviniera y otras inversiones, contribuyendo además a una mayor estabilidad financiera. Y por qué no, nada impide también que ese banco público pudiera intermediar en el mercado del crédito en competencia con la banca privada.
La ciudadanía podemos reclamarlo, si hace falta también con la misma hostilidad, en las convocatorias electorales o podemos esperar a que aquella “mano invisible” propine el merecido mamporro a los codiciosos banqueros que nunca tendrán suficiente.
Lo primero está al alcance de nuestra mano, lo segundo podemos sentarnos a esperar.
Luis Miguel Jiménez Gómez
Economista