Según los datos pluviométricos publicados por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, la cuenca ha acumulado durante los últimos siete días una media de 87,7 litros por metro cuadrado. Una sola semana ha aportado el 20% a la media total de los últimos seis meses, cifrada en 430 litros por metro cuadrado.
Hace mucho tiempo que no veíamos llover como lo ha hecho estos días de Semana Santa. Responsables públicos, como el propio presidente de esta Confederación, y algunos alcaldes han compartido en sus redes sociales emocionantes imágenes y vídeos de embalses llenándose. No es para menos, después de casi dos años y medio desde que se decretara la situación excepcional por sequía extraordinaria que terminó por derivar en un conflicto político entre administraciones y en un creciente malestar entre regantes y agricultores.
El entusiasmo de estos últimos, que se hacía explícito en las declaraciones públicas de sus representantes y organizaciones, contrastaba con la tristeza y frustración que mostraban, a las puertas de iglesias y capillas, quienes viven intensamente la cita anual más importante en sus vidas.
Conmemorar la muerte y resurrección de Cristo, de la forma que lo hacen católicos y creyentes por tradición, procesionando por las calles de sus ciudades y pueblos, ha sido imposible en una Semana Santa de las más lluviosas que se recuerdan. No ha sido mucho mejor la situación para hosteleros y comerciantes, que cifran en 15% las pérdidas.
Sin embargo, en esta ocasión, los más perjudicados han dado una lección de sentido común. A muchos de ellos los hemos oído referirse, no sin cierto tono de resignación, a la necesidad imperante de lluvia “para el campo y para evitar los cortes de agua”, por encima incluso de su fe, su devoción y de la economía familiar. Por una vez, el agua como elemento de cohesión ante un único interés, de unión frente al disenso y el conflicto.
Nunca estuvo tan atinada la sabiduría popular al invocar aquello de «nunca llueve a gusto de todos». Nunca un refrán que, como tal, cuenta con tan poca base científica como certeza empírica, estuvo tan cerca de aquello que la ciencia lleva años advirtiendo: cada vez lloverá menos a gusto de todos.