El 13 de abril se publicó en El País una columna de opinión de Paul Krugman (Nobel de economía en 2008) con el título “Que no les engañen, la economía de EEUU es una extraordinaria historia de éxito”, acompañado de una entradilla donde se decía que “los republicanos y los medios de comunicación están empeñados en destrozar las políticas de Joe Biden”. Sin necesidad de seguir leyendo, inmediatamente se me vino a la cabeza la notable similitud que dicha afirmación guardaba con la situación actual de España, donde los de siempre, la derecha y utraderecha, de la mano de sus adláteres medios de comunicación, persisten una y otra vez en divulgar una realidad torcida que no se corresponde con la realidad económica de hoy.
Krugman destacaba los magníficos datos de empleo, 39 meses consecutivos de crecimiento de la ocupación con una tasa de paro por debajo del 4% durante 26 meses, lo que supone el mejor dato desde 1960, con una inflación que en gran parte ya ha remitido, con un crecimiento de los salarios varios puntos por encima del crecimiento de los precios, etc… Entonces se preguntaba por qué la percepción de la ciudadanía sobre la marcha de la economía no concuerda con la realidad económica tal y como es, criticando la profusión de noticias en sentido contrario que llegaban incluso a afirmar “que si se observan los datos detenidamente la economía es realmente mala”. Pero no es cierto, la realidad económica es la que hemos dicho y concluía que “las opiniones sobre la economía tienden a estar determinadas por la afiliación política, y no al revés”. Más aún para los republicanos.
“Los políticos republicanos y los medios de comunicación están unidos a la hora de destrozar la economía de Biden”, sentenciaba.
¿Le suena este relato? ¿No le sugiere un parecido notable de las estrategias políticas entre aquellos republicanos y nuestro PP? ¿No encuentra similitud entre el papel que juegan aquellos medios de comunicación norteamericanos y nuestros nacionales? Esos que seguro tiene usted en la cabeza. ¡Claro que sí!
Porque si la situación económica en EEUU es buena, o al menos bastante mejor de lo que algunos agoreros pronosticaban, tanto parecido sucede aquí. España lidera el crecimiento económico en Europa y en un reciente informe de Natixis (uno de los más importantes bancos de inversión franceses) se describe a nuestro país como uno de los menos expuestos a los riesgos del comercio mundial, de mejor competitividad en nuestros costes, de una producción industrial que sigue aumentando, con un balance comercial exterior positivo, con un importante desarrollo de las renovables y esperándose tasas de crecimiento superiores a la media entre 2024-2027. Y, añado yo, con una prima de riesgo en mínimos de los últimos años y una cotización del IBEX-35 de máximos desde hace un año y medio.
Perspectivas que comparte también el 16º barómetro del clima de negocios en España (ICEX, IESE), que se elabora desde la perspectiva del inversor extranjero, señalando que el 88% de las compañías instaladas en España esperan incrementar o mantener sus inversiones en los próximos años.
Como también reconoció el propio ministro de Economía, Carlos Cuerpo, en la XIV edición del “Spain Investors Day”, al subrayar el dinamismo del mercado laboral y la robustez del sector exterior de nuestro país.
También nos lo dice el índice de confianza empresarial armonizado (INE) en clara progresión, que nos da un dato de 134 puntos en el primer trimestre de 2024, frente al de 2023 (129), al de 2022 (127) o de 2021 (109).
O, de otro lado, el índice de confianza de los consumidores, tanto en términos de confianza propiamente dicha como de sus expectativas, que también nos reporta datos de evidente mejora en su serie histórica.
Si se dan cuenta parece compartirse el diagnóstico. Entonces ¿por qué también aquí la percepción ciudadana es que nuestra economía camina hacia un oscuro túnel, en un escenario de incertidumbre y de desasosiego?
Además del indudable efecto que en la percepción ciudadana tienen los mensajes divulgados por los medios (de amplia y variada tipología), también tiene que ver aquello que Daniel Kahneman nos enseñó de que los humanos no somos estadísticos y conformamos nuestra opinión con datos insuficientes (“ley de números pequeños”). Este profesor que fue de Princenton, psicólogo recientemente fallecido, y Nobel de economía en 2002 (sí lo ha leído bien, psicólogo no economista), demostró científicamente que los humanos tomamos atajos en la toma de decisiones y a la hora de emitir nuestras opiniones. No somos robots racionales, estadísticos y probabilísticos. Sus enseñanzas revolucionaron las teorías de las tomas de decisiones en economía. ¡Aprendamos sociológica y políticamente de ello!
En eso se basa esa estrategia republicana allí y la nuestra popular aquí, en repetir machaconamente, una y otra vez, mensajes muy cortos de escasa solvencia científica y académica, siempre negativos en base a datos erróneos, por decirlo suavemente, o falsos que son realmente, siempre coadyuvados por determinados medios y sus opinadores que contribuyen a solemnizar el drama, que siempre se avecina y nunca acaba de llegar. Pero ese descrédito, que persigue denostar al actual gobierno, con su presidente a la cabeza, consigue calar en el imaginario colectivo. Porque ese es el objetivo, denostar y desgastar a Biden allí y a Sánchez aquí. ¡No lo duden!
Importa poco la imagen de descrédito que se divulga. ¡Vivan los patriotas!
Pues ahora le lanzo un interrogante ¿lo dicho hasta ahora vale también a sensu contrario, en un caso como el de Andalucía? Esto es, cuando los datos reales permiten afirmar el deterioro ya estructural de la economía andaluza y sin embargo la percepción de su ciudadanía es positiva, al más puro estilo Juanma pregonándolo a lomos de su locomotora andaluza. En mi opinión, la contestación es que responde a la misma estrategia.
Por eso la respuesta que debemos darnos es actuar de la misma manera. No puede ser otra que perfilar una estrategia divulgativa de explicaciones cortas pero basadas en datos ciertos, porque ya hemos dicho que conformamos nuestra opinión en base a titulares y entradillas, como mucho. De ahí el destacado impacto que tienen las redes sociales, además del mayor número de medios conservadores en el panorama periodístico actual.
Decididamente hoy en la conformación de la percepción ciudadana parece pesar más el corazón y menos la razón. Por eso necesitamos argumentos veraces, creíbles, en píldoras fácilmente digeribles.
Con esas herramientas necesitamos ser creídos. Ya lo dijo William Blake (1757-1827), poeta y pintor, “nunca se puede decir la verdad de forma que sea comprendida pero no sea creída”.
Tenemos que facilitar el trabajo a quien nos lee, como nos lo adelantó hace muchos años el maestro Iñaki Gabilondo (mayo de 2005) en el prólogo del libro “La fuerza de la palabra” de Federico Mayor Zaragoza, cuando afirmó que “el esfuerzo de hacerse entender no vale mucho sin el esfuerzo de intentar comprender, (…). ¡Hay que facilitar el trabajo de comprensión!
Toda esta manera de hacer tiene un referente y en mi opinión es Steve Bannon (quien fuera oficialmente, y ahora oficiosamente, estratega de Trump, comparado a veces con Thomas Cromwell, Rasputín y Joseph Goebbels, para su mayor elogio) y su podcast “War Room”, que propaga como fusil de asalto mentiras e insultos como el siguiente “Biden, tú y tu banda de criminales no sois más que basura, ¿vale?”
Quizás con un estilo desaliñado de notable parecido al de Miguel Ángel Rodríguez, que no es el carnicero que tritura nuestro pedido para las hamburguesas, es ese que es actual jefe de gabinete de esa señora a quien tanto le gusta ir a la frutería.
Muchos parecidos y similitudes.
Luis Miguel Jiménez Gómez
Economista