El continente con nombre de mitológica princesa fenicia, que un día fue referente de libertades y derechos sociales, se someterá en unos días a la voluntad popular.
El Parlamento europeo será renovado el próximo 9 de junio y en él veremos nuevas caras y voces que representarán la diversidad ideológica de quienes habitan hoy el viejo continente. Si bien la Cámara no tiene competencias ejecutivas ni legislativas exclusivas, sí es relevante en cuanto al control de los órganos sobre los que recaen tales facultades – la Comisión y el Consejo-, además, da luz verde al presupuesto europeo. La organización y funcionamiento de las instituciones europeas resultan de compleja comprensión al ciudadano de a pie. A ello se suma el hecho de que, históricamente, las elecciones europeas han suscitado poco interés en un votante que ha primado la política de proximidad.
Durante décadas una especie de velocidad de crucero, solo sobresaltada por algún acontecimiento coyuntural, presidió la vida de españoles, alemanes, franceses, portugueses, italianos, etc. Durante este periodo, las ayudas económicas que llegaban de Europa a cada territorio eran un derecho tan consolidado que su procedencia pasaba desapercibida. La realidad es que los propios responsables públicos e instituciones debían hacer un importante esfuerzo si querían poner en valor todo aquello que aportaba una Europa que al resto nos cogía lejos, aún estando presente en muchos detalles cotidianos.
Podríamos datar en 2010, fecha en que se produjo el fin de burbuja inmobiliaria, la irrupción de la crisis bancaria y el aumento del desempleo, cuando la perturbación desactivó esa velocidad de crucero para imponer a nuestras vidas la sensación de incertidumbre e inestabilidad que hoy perdura. Una crisis ha sucedido a otra sin apenas tiempo para la plena recuperación. Y fue la dimensión internacional, tanto de la crisis financiera, originada años antes en Estados Unidos, como de la reciente crisis sanitaria, surgida en China, la que, de forma inevitable, devolvió un rol fundamental a la Unión Europea.
Ahora, con el foco puesto en Europa y en la histórica e ingente inyección de millones de euros destinados -en un principio con motivo de la COVID19- a los países pertenecientes a la Unión, políticos de uno y otro signo se afanan en recabar votos y seducir a votantes. Unos visitan iglesias restauradas con fondos europeos, otros ponen en valor la PAC y su imprescindible papel en un sector como el agroalimentario. La transición ecológica o la digitalización de los distintos sectores productivos forman también parte de una campaña electoral que, ahora sí, a diferencia de otros tiempos, está siendo útil a la hora de hacer palpable la importancia de Europa en el devenir de la vida de cada individuo, de su economía familiar y del modelo de ciudad y de país que habita.
Pero hay también una realidad que se impone en estos tiempos y es la implacable hemeroteca. Las dos últimas crisis, solo comparables a la Gran Depresión de 1929, han sido gestionadas en nuestro país y en Europa desde dos modelos económicos e ideológicos distintos. Uno, que priorizó de manera desproporcionada a la banca y a los empresarios, dejando recaer grandes esfuerzos sobre los hombros de la clase trabajadora y, otro, que priorizó a las personas sin dejar caer al tejido productivo, destinando ayudas que abarcaron todo el abanico empresarial, desde el autónomo hasta las grandes empresas. El modelo de recuperación que sucedió a la crisis financiera de 2010 vino acompañado de recortes y paro gracias a la flexibilización de las condiciones laborales y la práctica nulidad de la tan necesaria negociación colectiva. En el lado opuesto, un nuevo modelo de recuperación que trajo ayudas y medidas económicas que, a pesar de la paralización de la actividad económica, mantenían el vínculo laboral activo entre trabajadores y empresas y evitaban los despidos masivos. Hoy, inmersos en plena campaña electoral, todos los políticos de una y otra ideología ensalzan las bondades económicas de Europa, pero, a su vez, cuentan con un pasado político y un legado de gestión de crisis.
A estas alturas, no cabe duda de que las inminentes elecciones tienen lugar en un contexto difícil, no solo por las sucesivas crisis internacionales que se han ido encadenando y la distinta respuesta que ante ella tuvieron los distintos gobernantes, sino por el panorama bélico dentro y fuera de sus fronteras y por la compleja labor de geoestrategia y diplomacia que requiere el actual momento. Los países de la Unión Europea, como otras potencias, asumen uno de los mayores retos de los últimos tiempos que es, seamos claros, evitar que los graves desequilibrios y las tensiones que ya suman cientos de miles de muertes en distintos países deriven en un conflicto bélico mundial, el tercero.
También en esto asistimos a posiciones políticas enfrentadas entre quienes buscan alianzas para ubicarse del lado de los más débiles y quienes, incluso con el lenguaje por gasolina, incendian cada espacio que pisan. Según apuntan los sondeos, la ultraderecha envuelta en un discurso comparable al de otros tiempos y con el timorato aval de parte de los conservadores, avanzaría de manera considerable su representación en la Eurocámara.
El ciudadano va a tener la oportunidad de decidir con su voto qué modelo futuro quiere para Europa. Tener la información real, exenta de bulos y noticias falsas, sobre qué decisiones tomaron unos y otros ante distintas coyunturas recientes es un derecho y conocer la Historia de un pasado al que un día prometimos no volver es un deber.
Quizás no venga mal tener presente la leyenda del mito griego que da nombre al continente europeo. El rapto de Europa es la historia de una falsa seducción en la que el captor toma forma de toro para conseguir su objetivo, que no es otro que el de perpetrar un secuestro.