El control al que la mujer ha sido sometida desde el principio de los tiempos trasciende de cualquiera de los ámbitos para alcanzarlos todos. Solo así, las sociedades, con una clara supremacía masculina, reconocidas como patriarcales, han sido capaces de conservar su statu quo y entrar hasta el más mínimo rincón de las vidas de las mujeres hasta condicionarlas.
Una mujer difícilmente llega a alcanzar la libertad en cada uno de los aspectos vitales, ya sea el personal, el educativo, el profesional, el cultural, el reproductivo o el sexual. Anoche mismo, al recoger su Goya, la cineasta Mabel Lozano, que cuenta con una amplia trayectoria de denuncia de la explotación sexual y la prostitución, citaba a Víctor Hugo: “Decimos que la esclavitud ha desaparecido de la sociedad europea y no es cierto, la esclavitud aún existe, pero solo se aplica a las mujeres. Se llama prostitución”.
Siendo este aspecto uno de los más graves por el impacto que tiene psicológica y físicamente en la mujer, son muchos otros los que condicionan también su vida. Casi todos ellos tienen un punto de partida en la más tierna infancia. No en vano, las sociedades más obsesionadas con este control han contado incluso con manuales de conducta que, a modo de aleccionamiento, instruían a las niñas sobre el lugar que debían ocupar en la vida y cómo ser la mujer de orden y la buena esposa que la sociedad premiaría.
Por descontado, los roles que se reservaron para ellas los establecieron los hombres, que ordenaban y ubicaban a la mujer en determinados espacios. Evidentemente, si analizamos esta clasificación, concluiremos que solo persigue un objetivo, el de no alcanzar o, en su caso, superar jamás al sexo hegemónico, el masculino y, por ende, no subvertir el orden establecido: de nuevo el statu quo.
Fue así como, no hace tanto tiempo, las niñas que jugaban al fútbol eran tachadas de “marimachos”, las aulas de materias optativas como “corte y confección” se llenaban de chicas y las de informática lo hacían de chicos o las carreras científicas estaban masculinizadas, mientras las de letras eran las mayormente elegidas por las mujeres.
Y si tradicionalmente hemos pensado que esta elección era libre, hoy otra teoría -aún con mucha resistencia- se empieza a imponer. Las chicas que juegan al fútbol y compiten han dicho que “se acabó”, en las aulas ya no se imparte corte y confección, al menos no es lo habitual y las universidades empiezan a contar con una cada vez mayor presencia de mujeres que optan por disciplinas científicas y técnicas.
Todo esto, revertir el orden establecido, hubiera sido imposible si, en primer lugar, no hubiera existido un colectivo de mujeres, las feministas, poniendo en primera línea de reivindicación la lucha por la igualdad y denunciando cada sesgo perjudicial para la mitad de la población. En segundo lugar, ha sido imprescindible un contexto político y unas instituciones sensibilizadas con estas reivindicaciones -entre otras cosas, porque mujeres feministas consiguieron integrarse y participar en ellas.
En su resolución del 22 de diciembre de 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 11 de febrero Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia en reconocimiento al papel clave que desempeñan las mujeres en la comunidad científica y la tecnología. Una decisión no menor, teniendo en cuenta el impacto que tiene para la vida de las mujeres su exclusión, de hecho o por derecho, de determinados espacios.
Como reflexión deberíamos tener presentes los estudios que cada año presentan agentes sociales como los sindicatos, aportando una fotografía desigual y discriminatoria del mercado laboral en cuanto a brecha salarial, segregación ocupacional, techo de cristal, estructura salarial e índices de pobreza. Parece obvio que, si una niña es orientada desde pequeña hacia determinado aprendizaje relacionado con los tradicionales roles de género, terminará ejerciendo profesiones que tienen que ver con ese estereotipo vinculado, por ejemplo, al cuidado de los demás: maestras, enfermeras, costureras, limpiadoras, cuidadoras, etc. Se trata (¡bingo!) de profesiones que, efectivamente, coincidirán con las que, en esa fotografía laboral a la que hacemos referencia, muestran mayor precariedad.
Resulta curioso que, apuntando hace décadas de forma unánime tantas voces autorizadas a la educación como principal herramienta para dejar atrás un contexto social perjudicial y discriminatorio para la mujer, no se haya alcanzado un verdadero consenso. Resulta increíble que estos días en Andalucía tengamos que asistir a propuestas que recuperan una especie de versión actualizada de los cuadernillos de la Sección Femenina. Así, difícilmente la relación niña, mujer y ciencia llegue a prosperar definitivamente hacia el equilibrio.