La velocidad con que hoy se desenvuelve casi todo aquello que forma parte de nuestro entorno ha conseguido imponer un ritmo poco deseable a nuestras vidas. Al margen de que ya vamos tarde para decidir si de verdad queríamos una existencia marcada por la inmediatez, lo efímero y la inconsistencia, hay algo, si cabe, mucho más trascendental que acompaña a los nuevos tiempos.
Se trata de un intencionado borrado de determinadas líneas que separan realidades distintas y, en ocasiones, contrapuestas. Aunque para muchos de nosotros pueda resultar imperceptible, se trabaja concienzudamente en difuminar la frontera entre aquello que ha sido o es una realidad y la imagen con la que algunos pretenden, levantado el telón, presentarse ante el público general.
Probablemente, para muchos estudiosos y expertos del marketing se tratará del colmo de la estrategia política, a algunos otros nos resulta, más bien, mera publicidad engañosa aplicada al marco político. Una estafa en toda regla.
El problema añadido viene cuando, uno de los principales instrumentos para denunciar una estafa ante la opinión pública, los medios de comunicación, no solo no cumplen esta función, sino que además alimentan en gran medida las falsas realidades. Cuando se dibujan verdades paralelas y hasta una ciencia tan exacta como es la matemática, que nos proporciona datos y cifras, se pervierte… entonces, la ciudadanía tiene un problema.
Esta circunstancia no es en absoluto nueva, ha tenido lugar en distintos periodos históricos y en diversos contextos. En España, en estos últimos tiempos, la hemos vuelto a vivir coincidiendo con el surgir de la nueva política. Fueron los nuevos partidos quienes, en su legítima y además conveniente hazaña de ponerlo todo del revés y sacudirlo enérgicamente, también dejaron que se colase por la rendija del oportunismo y del regate corto la construcción de un relato pasado falaz. Han pasado ya varios años, pero no hemos conseguido superar esta circunstancia y, hoy se reescribe la historia casi a diario, a golpe de artificiosas ruedas de prensa y de titulares sensacionalistas.
Entre los mensajes más intencionadamente perversos que la nueva política lanzó estaban aquellos que diagnosticaban ya, de hecho, sociedades exentas de ideología y presentaban como un anacronismo aquello de ser de derecha o de izquierda.
La bendita modernidad, por ejemplo, del partido Ciudadanos, debió consistir en vivir una especie de trance que les hizo superar a diestros y siniestros y, a modo de salto de pértiga, dejar atrás su Barcelona natal para ubicarse en el mismísimo centro de la política nacional, el Congreso de los Diputados. Por fin llegó, tras años de bipartidismo, el ansiado centro a nuestras vidas, debieron pensar muchos.
En España ya se podía ser de centro, del de verdad, y superar todos los males del bipartidismo: fuera crispación, fuera corrupción, fuera redes clientelares, fuera puertas giratorias, todo fuera. Sin embargo, la ciudadanía debió percibir pronto que aquellos males de los que se acusaba a otros estaban siendo adoptados por los mismos que debían erradicarlos y que desde las distintas tribunas se gritaba e insultaba como nunca.
Este partido, uno de los que prometía un nuevo edén político, cumpliría la mayoría de edad este año, aunque será quizás Edmundo Bal quien sople las velas en solitario. Del líder de los morados y de su formación (en el caso de Podemos, hay que tirar de sinécdoque y hablar de la parte por el todo) queda poco y muy disperso, resisten quienes mantuvieron la distancia de apoyar siendo «independiente», sin llegar a fundirse con la marca, es el caso de Yolanda Díaz. El partido VOX, también nuevo en esto de la gran política, es protagonista hoy de antítesis como la de vivir de las subvenciones a la vez que las denuncia, o la de haber aterrizado como el azote político de la corrupción, pero ver cómo su líder andaluz, Francisco Serrano, elegido cabeza de lista a las elecciones autonómicas en 2015, diputado en el Parlamento de Andalucía y portavoz de su grupo, será juzgado por presunto fraude de subvenciones y estafa. Este último expolítico de VOX, conocido como Juez Serrano, cuenta a sus espaldas con una amplia militancia provida y una polémica experiencia antifeminista, misógina podríamos decir, que le llevó a ser inhabilitado tras una condena por prevaricación dolosa.
Y es que, inmersos en este pernicioso contexto que algunos convinieron denominar la era de la posverdad, la historia de las mujeres no está al margen. Muy al contrario. En marzo, el mes de las mujeres, conviene apuntar a aquello que está ocurriendo con las conquistas del feminismo. La nueva política, que entre sus valores cuenta con el de haber zarandeado el patio político y haberle puesto las pilas al bipartidismo, a derecha e izquierda, también deja un legado oscuro e involucionista para las mujeres.
Ciudadanos, por mucho que quiso enmascarar su ideología, fue un partido de derechas y sus propuestas representaban, bajo la pátina y la estética de mujeres envueltas en modernidad, una verdadera amenaza para la igualdad entre mujeres y hombres. Esa firme apuesta por desechar las medidas de acción positiva y, por ejemplo, abogar por el talento de las mujeres sin cuota, deja clara su ideología. El caso de VOX es completamente distinto, no se anduvo con medias tintas y, desde el principio, ocuparon el espacio de radicalidad que la derecha española abandonó con la evolución de los tiempos. El rechazo de las cuotas de género le quedaba corto a un partido provida y negacionista de la violencia de género. Algo que, no hay que negarlo, le granjeó un rotundo éxito en determinados sectores masculinos.
La derecha actual, liderada por el Partido Popular, que, como la izquierda, vio en la fragmentación del panorama político una amenaza, ahora ve en su declive una clara oportunidad: la de revertir aquellas decisiones que un día le llevaron a la moderación en materia de igualdad. El Partido Popular ha copiado la estrategia de marketing, importada desde Cataluña por Ciudadanos, para llevar a cabo políticas provida al más puro estilo VOX. Aquellos lugares que gobiernan, como Andalucía, son el mejor ejemplo de ello.
El discurso de la igualdad actualmente está siendo pervertido para imponer la posverdad o, como decíamos al principio, una estafa en toda regla.
Los conservadores, hoy aglutinados en torno al Partido Popular, pero antaño bajo distintas siglas, se han visto obligados a asumir los avances que el movimiento feminista ha impulsado, desde las propias calles y desde su militancia en partidos políticos de izquierda. Sólo fueron fueron capaces de iniciar sus tímidos pasos hacia la igualdad representativa y de derecho, gracias a mujeres que, desde sus filas, se resistieron a revivir los duros momentos que el episodio más oscuro de la Historia de este país, la dictadura franquista, les impuso. Esta realidad queda muy explícita en el recomendable documental Las Constituyentes, dirigido en 2011 por Oliva Acosta, en el que participaron mujeres, diputadas y senadoras protagonistas de aquel momento, que supuso un punto de inflexión entre el avance de un país hacia la igualdad entre mujeres y hombres o la vuelta a un pasado machista y misógino. Ellas lo tuvieron claro.
El devenir posterior de los tiempos ha ido dejando un relato político a derecha e izquierda que es el que es, no hay otro. A la derecha, por mucho que hoy se le pretenda crear un relato paralelo, siempre se le ha atragantado la igualdad. Son públicas y notorias todas las normas y leyes a las que se han resistido, votado en contra o incluso recurrido ante los tribunales. Muchas.
El relato político de la izquierda es otro bien distinto como impulsora de esa seguridad jurídica (término que hoy, curiosamente, también se usa a menudo falazmente) y como instrumento de las demandas feministas. Cuando hablamos de la izquierda en materia de igualdad, inevitable y justamente, hay que hablar del partido progresista que más tiempo ha gobernado España, el PSOE. Durante sus sucesivos y distintos mandatos ha impulsado la igualdad y la ha dotado de un marco jurídico que consolidara sus avances. Se trata de hechos alejados de la posverdad y contrastados con datos reales.
Está claro que no está de moda pertenecer o simpatizar con el Partido Socialista, pero en ningún caso esta cuestión debe privar a nadie de su legado y de sus acciones. Otra cuestión merecedora de largo análisis es por qué hoy cuesta reconocerle a este partido su relato histórico no tanto, quizás, en el contexto nacional como en el autonómico. Es evidente que quedaron muy atrás los tiempos de la campaña de “la ceja” en los que una nutrida parte de personajes públicos y, sobre todo, del ámbito cultural se organizaron en apoyo del candidato Rodríguez Zapatero.
Es también evidente que no corren buenos tiempos para quienes representan a nivel territorial al Partido Socialista. Muy al contrario, son malos tiempos para un partido al que no se le permite salida alguna: si su oposición es discreta, se les acusa de blandos y si llaman demasiado la atención, corren ríos de tinta denunciando que semejante agresividad es un error. Un ejemplo de ello lo hemos vivido en Andalucía estos días con motivo de la campaña impulsada por el líder del PSOE de Andalucía, Juan Espadas, en torno al 8M: “Moreno, yo no te creo”. El despliegue de argumentos de los socialistas, basado en su gestión pasada y, a su vez, en la denuncia de las medidas que, impulsadas por el actual gobierno de la Junta de Andalucía, ponen en riesgo la igualdad alcanzada entre mujeres y hombres y frena futuros avances, hizo saltar las alarmas en un Partido Popular que se vio obligado a reaccionar de forma virulenta. Pero, para estos casos, siempre está de guardia el cuarto poder, los medios de comunicación, y sus prescriptores de opinión.
Llama la atención cómo, de forma apresurada, opinadores y opinadoras se lanzaron contra un eslogan que cumplía su función: impactar. Llama aún más la atención el silencio de quienes se autoproclaman desde la opinión pública como defensores y defensoras de la igualdad. Hoy callan e incluso se pronuncian en contra del “Moreno, yo no te creo” quienes arremetieron en su día contra un gobierno autonómico que calificaban de “poco feminista”, a pesar de ser impulsor de verdaderas leyes y medidas feministas, de dotar de autonomía propia a un Instituto Andaluz de la Mujer que permanentemente condicionaba y ponía en un brete sus políticas hasta conseguir que la desigualdad no encontrara rendija legal por la que colarse, un gobierno al que no se le permitía un solo resbalón con respecto a la cuota de género (llegó a cuestionarse el cumplimiento del porcentaje 60/40, cuando lo justo, decían, sería exigir un 50/50).
Por mucho que hoy se pretenda alterar la realidad, imponer la posverdad y diluir las líneas fronterizas entre ideologías, el feminismo es de izquierdas y, efectivamente, no se cree a Moreno Bonilla. Para todo lo demás, siempre nos quedará el “Andalusian Crush”.