Transcurridos solo unos días desde que miles de mujeres marcharan, un año más, por las calles de todo el país para denunciar la violencia machista, ya hay tres nuevas víctimas confirmadas a las que podrían sumarse una mujer degollada y su hija menor precipitada por un balcón (casos que aún se encuentran en investigación). Los datos resultan cada vez más escandalosos: 53 mujeres asesinadas en lo que va de año, 1.238 en los últimos veinte años. Son 50 los menores asesinados y 430 los que han quedado huérfanos por esta causa en los últimos diez años. 94.554 las denuncias recibidas y 20.485 las órdenes de protección incoadas en el primer semestre del año. 82.539 han sido las llamadas al 016 entre enero y septiembre.
Todas y cada una de las víctimas de la violencia de género lo son por el simple hecho de ser mujer. Se trata, por tanto, de un problema social tan sumamente grave que la mitad de la población se ve afectada por él. Conviene decirlo con mayúsculas, en negrita y subrayado: NO EXISTE un problema social que tenga como consecuencia el asesinato de hombres a manos de sus parejas o exparejas mujeres. La vida de los hombres no corre peligro porque exista una violencia específica hacia su género, no es así por mucho que algunos intenten imponer una realidad irreal.
Noviembre, como también marzo, se han convertido en meses dedicados en gran parte a las reivindicaciones de género. Las mujeres han conseguido que el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer o el Día Internacional de la Mujer no se circunscriban a una fecha específica como 25 de noviembre o el 8 de marzo, sino que ocupen un mayor espacio físico y temporal a lo largo de todo el mes. Son muchas, afortunadamente, las instituciones, organizaciones, asociaciones y colectivos que organizan sus propios debates, reflexiones y actos de denuncia y ocupan cada vez una agenda mayor. La violencia machista está tan presente en la actualidad que muchos de los ponentes que participan en estos actos se ven obligados a actualizar el dato de mujeres asesinadas antes de intervenir públicamente, lo que debería darnos una pista de lo dramático del asunto.
Son verdaderamente ponderables los esfuerzos que durante siglos viene haciendo el movimiento feminista por implicar y comprometer a toda la sociedad en esta causa. No en vano, han dado su fruto en coyunturas tan importantes como la que tuvo lugar en el año 2017, cuando se produjo en España el hito histórico de la aprobación del Pacto de Estado contra la Violencia de Género, avalado por los distintos grupos parlamentarios, el Gobierno de España, los gobiernos autonómicos y las entidades locales. Sin duda, este hecho además de conseguir marcar la agenda nacional con un asunto de ineludible prioridad, contempló algo tan importante como es haber elevado la política a un estado de consenso que, en tiempos como los actuales, sería impensable.
Lleva el feminismo a sus espaldas innumerables conquistas más, pero quizás la primera, la mayor de ellas, es la “cuestión conceptual”, porque de ella se derivan el resto. Conceptualizar, dar nombre y categoría a cada una de las discriminaciones hacia la mujer es imprescindible para que, con posterioridad, puedan ser identificadas en los distintos contextos y otorgarles un marco jurídico, demoscópico, sociológico, educacional, laboral, etc. Sería imposible, si la violencia de género ni siquiera es reconocida como tal, que llegara a tener un tratamiento penal específico. Sería impensable que en el ámbito laboral y en el marco de la negociación colectiva se tomaran medidas de acción positiva para prevenir y combatir el acoso sexual si se niega la existencia de este. Los conceptos generan derechos como ha ocurrido con el reconocimiento de la violencia vicaria y la compensación que hoy reciben los menores víctimas de esta.
Cualquier tipo de discriminación es una forma de violencia y son tantas las desigualdades que la mujer sufre que permanecen presentes a lo largo de toda su vida. Desde la infancia, las mujeres recibimos una educación sexista que durante mucho tiempo nos ha orientado hacia un camino profesional marcado por los roles de cuidado y alejado del éxito -por ejemplo, económico- que contemplan las carreras STEM. A esto último, que tiene por consecuencia que las mujeres quedemos ubicadas en sectores feminizados menos reconocidos: la llamada segregación horizontal, se le suma la segregación vertical o el más conocido techo de cristal, que implica la dificultad de acceder a los puestos de responsabilidad y con ello a la toma de decisiones, a los mejores salarios y a un status superior. Por eso existe la llamada brecha salarial y, por eso también, la pobreza tiene cara de mujer. Las mujeres, llegamos al final de nuestras vidas con la mochila de la desigualdad llena y con unas pensiones simbólicas en la mayoría de los casos, después de, haber cargado también con la mochila de los cuidados familiares, pues por el momento la conciliación sigue recayendo en nosotras.
La cuestión es mucho más compleja y, aunque sus raíces son claras: una sociedad patriarcal en la que el varón ha ocupado el rol productivo y la mujer el reproductivo, es sumamente difícil revertir una situación en la que lamentablemente no todos remamos en el mismo sentido.
No cabe duda de que las discriminaciones descritas son graves porque condicionan la vida de las mujeres, pero por cuestiones evidentes, la más grave de todas ellas es la violencia machista que, además de condicionarla, llega en muchos casos a acabar con ella.
La situación política actual lejos de ayudar contempla graves riesgos que vienen de la mano de un partido ultraderechista que ha conseguido irrumpir en parlamentos y ayuntamientos con capacidad de decisión (de la mano del Partido Popular, todo hay que decirlo). VOX niega la mayor, el propio concepto: la existencia de una violencia específica hacia la mujer. Para este partido no existe la violencia de género ni existen datos que la soporten. Es más, inventa sus propios datos, argumentando que existe un problema social causado por las denuncias falsas de mujeres (las condenas por este “problema social” representan tan solo un 0,0069% del total de denuncias por violencia de género).
VOX, al cuestionar algo que contaba con un consenso unánime, ha impuesto en un paréntesis político mortal para la igualdad y letal para el progreso de la sociedad. Introduciendo el negacionismo, los ultraconservadores han ido un paso más allá de los planteamientos del Partido Popular.
Aquellos a quienes ellos intentan ridiculizar denominándolos “derechita cobarde”, son el partido que representa mayoritariamente el pensamiento conservador de gran parte de los españoles. Una opción política que se ha visto obligada a evolucionar por el propio devenir de la sociedad y, con toda seguridad, de las mujeres que forman parte de ella. Cuando VOX plantea que no existe la violencia de género, sino que el término es “intrafamiliar”, debemos recordar que el Partido Popular, allá por 2012, con Ana Mato a la cabeza del Ministerio de Sanidad (en el que se diluyeron las competencias del extinto Ministerio de Igualdad) recuperó sin despeinarse el término violencia doméstica para referirse a la violencia machista.
Ambos términos, intrafamiliar y doméstica, pretenden algo tan regresivo como volver a ubicar la violencia machista en el espacio privado de la vivienda familiar, entre las cuatro paredes del hogar, lejos de la denuncia pública y de la implicación del conjunto de la sociedad. Sometiendo, de paso a la mujer, a la soledad y la indefensión de sobrellevar esta violencia de forma particular, como si de un problema personal y no social se tratase.
Existen muchos otros ejemplos de las dificultades que los conservadores han tenido para avanzar en lugar de retroceder. Como el intento, en el año 2014, del exministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, de limitar legalmente los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Una pretensión frustrada por la masiva movilización de las mujeres llamada Tren de la Libertad que terminó con el ministro en su casa.
Parece obvio que el progreso social y sus grandes avances en derechos en España han venido de la mano de los partidos de la izquierda y sería injusto no reconocer el papel fundamental del Partido Socialista, la opción política que más tiempo ha gobernado, en la transformación y la modernización del país en su aspecto social. Los populares se han visto superados siempre por las circunstancias, dándose situaciones tan disparatadas como la de rechazar por vía política, por vía social (manifestándose en las calles), o incluso por vía judicial (con recursos al Tribunal Constitucional) avances como el divorcio o el matrimonio entre personas del mismo sexo para terminar con muchos de sus cuadros políticos divorciados y/o casados con personas del mismo sexo. Por la vía de la reflexión o por la vía de los hechos, hay que decir que el Partido Popular ha sido capaz de evolucionar, aunque sea a trancas y barrancas.
Pero hoy estamos ante algo distinto: una involución en toda regla. Cuando un partido político se atreve a negar públicamente el avance de las mujeres y se resiste a condenar la violencia ejercida hacia ellas está también impidiendo a la mitad de la población el derecho a ser ciudadanas plenas y ubicando a la sociedad nuevamente en un modelo de antaño en el que vuelve a recuperarse el estereotipo de la mujer de orden, un ideal tan exitosamente fomentado por la legendaria Sección Femenina.
Independientemente de los análisis sociológicos que explican la aparición y crecimiento de la ultraderecha en el actual panorama político, la realidad es que, en una sociedad sobreexpuesta a la velocidad de los formatos digitales, hipersaturada de información y con dificultades para identificar la desinformación, VOX encuentra el caldo de cultivo perfecto para introducir, a través del discurso populista, la añoranza de un pasado glorioso que para ellos fue siempre mejor.
Cabrían muchas reflexiones en este momento. Una de ellas tiene que ver con la inquietud que podría generarnos pensar que si habiendo destinado durante décadas grandes recursos para la sensibilización en materia de igualdad o la educación en valores y la coeducación aún afrontamos un panorama donde tienen lugar barbaridades como las violaciones en manada, qué sociedad futura nos espera después de este paréntesis impuesto que reduce la inversión en estas materias, rechaza la educación igualitaria, insulta al movimiento feminista organizado y se cuestiona públicamente cualquiera de las discriminaciones de género detrás de pancartas paralelas soportadas por los machirulos de siempre disfrazados de modernos.
En un momento en el que la agenda feminista avanzaba en debates aún pendientes de resolver como la convivencia con las reivindicaciones del colectivo LGTBI, la trata y la prostitución o los límites que determinan cuándo el sexo tiene lugar en el marco del consentimiento o se trata de una violación en toda regla, el partido ultraliberal ha entrado de forma disruptiva en el debate público, cambiando el paso de un movimiento asociativo, el de las mujeres, asfixiado adrede por las instituciones que hoy dirigen la derecha y la ultraderecha.
Despedimos un mes de noviembre diferente. Se abre un paréntesis en el que el feminismo debe ser consciente de su enorme fortaleza histórica, pero también de la descomunal tarea a la que se enfrenta.