En mi barrio, como en todos los barrios con solera, éramos un montón de gente que vivíamos de lo que nuestros padres (la mayoría de las madres trabajan en casa, éramos familias numerosas y no había tiempo para más) nos daban para el ocio, o sea, cero patatero. Mi padre y mi madre ya tenían dificultades para llegar a fin de mes con los gastos de la casa y alimentación y vestimenta de sus hijos (mis hermanos) como para pensar en darnos medios para la diversión y el ocio, y esto, pasaba en el 99’99 % (o más) de mis colegas, de mis amigos y hasta de mis enemigos que también los tenia.
Buscarse la vida era lo habitual, hacer mandados (a las vecinas más viejas hacerle la compra) y poder ganar algún dinerillo para cerveza o algún celtas cortos, también ayudábamos en bares, o cuando montaban la feria de la ciudad, o en una Maya (en mayo una amiga o hermana se ponía en una silla con un mantón y flores y pedíamos dinero a los transeúntes, para luego repartirlo entre nosotros), el caso era buscarse la vida.
Otros amigos y enemigos, se buscaban la vida como raterillos o rateros, es decir, lo que hoy llamamos delincuentes y antes eran chorizos de barrio, y de estos quiero hablar, porque ya han pasado muchos años que nos hicimos todos grandes y algunos hasta más gorditos, y porque muchos de ellos ya no existen, bueno, no existen física o socialmente, que es otra forma de no existir.
Los chorizos de mi barrio eran conocidos por mí, algunos eran amigos y otros enemigos, pero todo el mundo sabía quiénes eran o de que parte del barrio venían, o a la familia a la que pertenecían. Eran igual que yo, sin dinero, canijos, casi siempre con la misma ropa, vivíamos mucha gente en casas pequeñas, se diferenciaban de mí, porque yo nunca (aún no se por qué) robe a la fuerza a nadie, ni siquiera estuve tentado de hacerlo, por supuesto, que distraje cosas de algún que otro supermercado (como alguna expresidenta de comunidad), pero nunca a una persona concreta.
Yo no les tenía miedo, pero si respeto, un día creo recordar que en verano y por la rambla de mi ciudad, dos chorizos de barrio (de los de la canción del Sabina) me atracaron para quitarme un anillo, que no recuerdo muy bien si era de oro, ah sí lo era, porque me lo regalaron en la primera comunión. Los chorizos de mi barrio eran así, robaban a los suyos, a sus iguales, no se atrevían con grandes fortunas, ni bancos, y mucho menos robar a los de traje y corbata (vaya personajes). Yo no les tenía miedo a los chorizos de mi barrio, sin embargo, siempre me han dado miedo, o mal royo, esos señores de traje y corbata que me apartaban como si fuera una piedra en su zapato, nunca me miraban, ni me tocaban, siempre mandaban a alguien para ello. Les tenia realmente miedo, pavor.
Iban por mi barrio de tarde en tarde, cada cuatro años creo recordar, acompañados de grandes coches, y mucha policía, pero esta vez la poli no venía a preguntar por el fiti, o el pecho lata, o el quinqui, sino que venían acompañando al del traje, nosotros los seguíamos como mucho gente y aplaudíamos cada vez que decían algo, que no sabíamos muy bien lo que era, pero que parecía importante.
Nos hablaban que en tal zona pondrían árboles para sombra con sus bancos para las personas mayores, y que más arriba un campito de futbol para nosotros, que en el descampado aquel donde hay tantos escombros, harían pisos baratos y nuevos para que pudiéramos pagarlos sin grandes esfuerzos, y que las aceras dejarían de estar rotas, y que todo el mundo seria feliz en su barrio, y para ello solo nos pedían una cosa, confiar en él, confiar en él, confiar en él y la gente de mi barrio confió, y pasaron los años y nada cambio, y volvió y repitió lo mismo, de las mismas plazas, de los mismos descampados, de la misma felicidad, y volvió a pedir lo mismo, confiar en él, confiar en él, confiar en él, y mi barrio volvió a confiar y así pasaron muchas veces cada 4 años, siempre los del traje, siempre los del gran coche, siempre los mismos, aunque algunas veces tenían distinta cara.
Pasaron los años, y participé, junto a los de mi barrio, con jóvenes como yo, mujeres y hombres, en asociaciones juveniles, de vecinos, sindicatos, nos fuimos dejando la voz en la calle, exigiendo libertad para todos y todas, derechos sociales, justicia, y en los comités de empresa, con nuestro esfuerzo, luchas y lágrimas, y muchos han seguido y siguen, poniendo en marcha alternativas de empleo, de futuro, de dignidad, otros descansamos a ratos, nos cabreamos, nos olvidamos, nos indignamos, luchamos, repetimos, reímos, lloramos, morimos, y en ello, ha ido pasando la vida, y hemos visto, con indignación y rabia, como aquellos señores trajeados salían en los telediarios dando clases de moral, viviendo bien, y por otro lado mis “chorizos de barrio” solo puedes encontrarlos visitando las cárceles españolas o extranjeras, o los cementerios.
Mis chorizos de barrio, han llenado páginas de sucesos en los periódicos locales, son los más jóvenes en las lápidas del cementerio, sus amigos son los funcionarios de prisiones, y sus hijos los visitan a través de cristaleras o en vis a vis, y repiten sus esquemas, y dan trabajo a funcionarios y policía. Mis chorizos de barrio, son carne de cañón y solo salen en los telediarios para llenar las estadísticas de los delitos cometidos y lo bien que lo hace la policía, mis chorizos de barrio, nunca me robaron aunque me quitaran aquel cristiano anillo.
Hoy, años y años después, se me han saltado las lágrimas al ver las noticias en la tele, he visto desfilar ante mis ojos, a los señores del traje, iban en grandes coches de nuevo, pero con sirena esta vez, e iban de nuevo acompañados de policías pero esta vez no los protegían sino que los custodiaban, iban con traje si, pero con la cabeza baja, he soltado dos lágrimas de alegría, porque por fin, al “fiti”, al “pecholata”, al “halcón” se les iba a hacer justicia, ya no serían solo canción de los chichos o los chunguitos, sino que por fin, los del traje, los que fueron prometiendo a su barrio, iban a estar, donde tantos años habían estado ellos.
Señor juez, o jueza, si necesita pruebas contra estos señores de traje y corbata, que tanto miedo me dan, yo les diré dónde encontrarlas, vaya a mi barrio, a cualquier barrio:
- Ve aquella plaza de cemento, sin bancos y pequeña donde no hay forma de descansar ni un rato, pues ahí está la prueba, los árboles que faltan, los bancos para descansar, la zona ajardinada, y los metros, todo eso está en Suiza, donde van los del traje.
- Ve aquellos edificios, en aquel descampado de escombros y basura, al final del barrio, aquello que parece una cárcel vertical, esa es otra prueba, les falta luz, espacio, zona verde, servicios sociales que realicen programas para la convivencia, …. Todo ello está en Liechtenstein, donde van los del traje.
- Ve esas aceras rotas con peligro por caídas, esas calles mal asfaltadas con socavones, esos contenedores sucios y rotos, esa basura sin recoger, esta es otra prueba, todos los recursos para ello están en Islas Caimán, donde van los del traje.
Sra/Sr juez tenemos todas las pruebas del mundo, todos los testimonios vivos, todas las esquelas de los y las que no llegaron, tenemos todo el dolor, las asociaciones rotas, Y los llantos.
Ahora les toca a ellos, que los chorizos de mi barrio solo robaron a los pobres para subsistir ellos y la droga que les vendían los del traje, los “chorizos de barrio” nunca tocaron lo público, jamás con sus actos provocaron la muerte de miles de ancianos, ni provocaron guerras con miles de muertos para vender sus armas, ni se apropiaron de países enteros, o ciudades, ni pusieron a sus amigos a delinquir con ellos, ellos nunca llevaron traje, son solo eso, chorizos de barrio.
Tenemos también las alegrías, las fiestas del barrio, las miradas y los amores de juventud, el desempleo y el trabajo, tenemos las ganas y las desganas, pero sobre todo tenemos la conciencia de que fuimos y hemos sido engañados. Pero tenemos algo importante todavía y es la UTOPIA, queremos seguir construyéndola a pesar de tanto traje, y proclamar que no todos somos iguales, que hay gente que lucha porque quiere un mundo mejor y no una cuenta bancaria mejor.
Seguimos creyendo, o queremos seguir creyendo en la participación política, en lo asociativo (vecinal, ecologista, de consumo, feminista, de Identidad de género, política, sindical, etc..), no conseguirán con sus robos y corruptelas desanimarnos para que ellos tengan el camino más libre. Votaremos cada vez que nos corresponda, pero miraremos muy muy bien que traje llevan puesto, donde lo compraron, con que dinero y cuantos policías les acompañan por el miedo, y votaremos en conciencia, mirándonos en el espejo y recordando que nunca hemos llevado ese “traje” aunque alguna vez hayamos sido “chorizos de barrio”.